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Poderosos lazos invisibles que nos atan con más fuerza que cadenas de acero.

Era mi primer combate, casi no pude dormir por la emoción y  por el nerviosismo que me causaba la idea de participar en una competencia contra otras escuelas de artes marciales, también, por que no decirlo, el temor de enfrentar a competidores que no conocía.

Por fin llegó la hora, me tocó enfrentar a un cinta verde, en ese tiempo yo era cinta blanca, la que corresponde a los principiantes, lo que reforzó el miedo que de por si ya venía cultivando.

Empezó el combate, estaba prácticamente paralizado, lo único que acertaba a hacer era defenderme. Me sentía torpe, había olvidado todas las técnicas de ataque que practique con tanta dedicación durante meses. No pasó nada, nos neutralizamos, mientras uno atacaba otro defendía. El resultado fue empate.

Se acercó molesto mi maestro reclamándome mi actitud pasiva, le contesté: «Es que es cinta verde», «Eso que tiene que ver» me contestó. «Tu haz lo que sabes, si el es mejor que te lo demuestre, la cinta no pelea».

Al terminar la primera ronda, los contendientes que empataron vuelven a enfrentarse, en ese lapso de espera aproveche para meditar y visualizar la estrategia que usaría y repasar mentalmente las técnicas que había aprendido.

En esta ocasión me concentré a desarrollar lo que sabía hacer y gané, no sólo el combate sino confianza y seguridad en mi mismo, algo mucho más valioso que cualquier competencia.

¿Cuantas cadenas vamos arrastrando por la vida que nos impiden lograr nuestras metas y objetivos, sin que nos demos cuenta? Damos por hecho que no se puede realizar algo antes de intentarlo, sólo porque así lo hemos aprendido o aceptado, sin embargo cuando nos percatamos que podemos hacerlo todo cambia, nuestra actitud y mentalidad es otra desde ese momento en adelante.

Estas cadenas no únicamente nos atan en situaciones donde no estamos seguros de nuestras capacidades para realizar la tarea, sino también en tomar decisiones para llevar a cabo las acciones cotidianas, las vamos posponiendo para después y cuando nos damos cuenta ya nos rebasaron las circunstancias y por supuesto las consecuencias.

Las personas altamente productivas nunca posponen lo que tienen que hacer por pequeña que sea la acción, es más, se adelantan a las situaciones que se les puedan presentar, siempre van un paso más allá que los demás.

Es cuestión de costumbre, pensar y actuar. Hacer el hábito de no dejar nada pendiente la jornada de cada día. Despertar todas las mañanas con nuevas cosas que hacer y no trabajar en las que dejamos ayer. Cada día tiene su propio trabajo.

Una buena práctica es trazar un plan con tiempos específicos para cada acción y desde luego cumplirlo al pie de la tetra, dentro del plazo fijado.

Esta costumbre además de hacernos muy eficientes, crea un esquema mental de orden que nos ayuda a pensar con claridad y definir con certeza hacia donde queremos ir y las metas que nos proponemos lograr.

Esta práctica debemos nutrirla con una alta dosis de confianza y una actitud activa enfocada a poner en acción nuestros planes y proyectos, sin ninguna clase de limitaciones preconcebidas.

Es común darnos por derrotados antes de hacer algo  por sólo imaginar que no se puede, sin siquiera intentarlo, basados en patrones establecidos que en apariencia nos hacen creer que no es posible, pero quienes no admiten limitaciones, quienes van más allá del común de las personas, son los que logran destacar porque se atreven a hacer cosas diferentes.

Si pensamos y actuamos como “todos”, no podemos esperar obtener resultados diferentes.

Los hábitos positivos nos liberan en todos sentidos, de creencias y conceptos limitantes, de carga de trabajo, de frustraciones y temores. Los negativos nos esclavizan y hacen de la vida una pesada atadura que estamos destinados a llevar a cuestas.

Una buena práctica es dedicar un tiempo suficiente a la persona que menos atención y dedicación le prestamos… nosotros mismos.

Si, aunque parezca extraño vivimos tan agitados y de prisa que en pocas ocasiones hacemos un alto en el camino para replantear nuestra situación y revisar las actitudes que impiden nos desarrollemos con eficiencia.

Detalles tan aparentemente pequeños como ir relegando las tareas del día para después, o no atreverse a emprender o realizar algo por creer que no podemos sin tener ningún fundamento, marcan la diferencia entre eficiencia e ineptitud.

La mente, como cualquier otra facultad puede entrenarse y desarrollarse o por el contrario estancarse, atrofiarse por falta de uso adecuado e incluso deformarse con creencias y hábitos erróneos.

Los pensamientos que cultivamos van formando redes en el subconsciente que nos impulsan actuar en determinada forma, de esta manera los actos repetidos de cualquier índole, se fijan en lo profundo de la mente estableciendo el carácter, hábitos, conducta, comportamiento y por supuesto creencias, conceptos con que nos desenvolvemos en nuestras actividades sociales, familiares y profesionales.

Si repetimos una acción determinado tiempo creamos un hábito, se estima que para el término medio de las personas el periodo puede ser entre 30 y 45 días. Esto se puede comprobar en actos tan simples como la hora de despertar en la mañana, horario de trabajo, dejar de fumar o eliminar cualquier otro hábito indeseado, establecer una rutina de ejercicio. Desde luego este mecanismo opera también en sentido opuesto cuando consentimos acciones indeseadas.

El hecho de no concluir las tareas y objetivos que nos proponemos llevar a cabo, va minando la voluntad, considerando que el subconsciente no razona, se limita a recabar información y actuar de acuerdo con la guía que se le transmite a través de actos, pensamiento y creencias repetidas por largos periodos.

La falta de compromiso con lo que nos proponemos realizar, debilita la fuerza de voluntad, reflejándose en las demás áreas de nuestras actividades.

En mi caso, he establecido un trato conmigo mismo que me ha funcionado, consiste en no dejar para el día siguiente, incluso para más tarde, ninguna acción que haya planeado realizar dentro de la jornada.

Este tipo de actitud nos obliga a planear y organizar nuestras actividades, dando como resultado mucho mayor eficiencia en el desempeño en todos los órdenes del quehacer cotidiano.

Si en realidad queremos tener resultados, debemos actuar con firmeza, ser los jueces más estrictos y no tolerar la menor concesión en romper las normas que nos hemos impuesto, incluso llegar a extremos si es necesario, para imponer autoridad y de esta manera tener dominio sobre nosotros mismos.

Igual establecemos un hábito positivo que negativo, el trabajo es el mismo ¿por qué no trabajar en lo que puede beneficiarnos en vez de lo que nos perjudica?

Cuando no terminamos lo que iniciamos, vamos formando el mal hábito de moldear una mente inconclusa, que se acostumbra a pensar a medias, sin profundidad en el razonamiento, ideas dispersas causantes de una mente desordenada que acaba por no responder con la eficiencia esperada en situaciones críticas.

Un pequeño esfuerzo a tiempo puede cambiar el curso de nuestra vida. Una mente de calidad se forja con trabajo consciente bien dirigido, es similar a entrenar el cuerpo para una competencia deportiva, si se nutre con alimentos adecuados, técnica correcta, acondicionamiento físico bien encausado y una actitud decidida traen como resultado el éxito.

¿Por qué no tomamos la vida misma como una competencia, la más importante de nuestra existencia y entrenamos para ganar?

Empecemos por los pequeños detalles, una vez formando el hábito de controlar las circunstancias en lo más sencillo, vamos fortaleciendo  carácter y  voluntad para enfrentarnos a retos mayores.

¡Empieza hoy mismo! No pospongas una decisión trascendente en tu vida.

Hasta la próxima, les deseo éxito en lo que emprendan.

Saludos

Jaime Borbolla